miércoles, noviembre 01, 2006

La imperfección de la perfección

Thomas Moore, en la segunda parte de su libro "El cuidado del alma", aboga por la necesidad de aceptar la imperfección y plantea que "la mera idea de convertirse un ser perfecto, sano, iluminado está saturada de ego".
Es necesario tratar de hacer las cosas lo mejor posible, pero presionarse a la perfección puede ser paralizante, o bien derivar en actitudes tan autoexigentes que se transformen en comportamientos obsesivos y actitudes extremistas.
Por ejemplo, es importante ser limpio, pero no queremos que los niños vivan obsesionados por lavarse las manos hasta hacerse heridas, como le ocurría a Samuel, que vivía a sus 14 años atormentado por los gérmenes. Su madre, una enfermera muy exigente, sembró en sus hijos la idea de la perfección. Tratar el trastorno obsesivo llevó largo tiempo, y hasta hoy día Samuel tiene una actitud excesivamente autoexigente que le dificulta terminar lo que empieza y disfrutar sus logros.
Esta autoexigencia es característica del perfeccionismo neurótico. Sus exponentes muchas veces se pierden en la maraña de los detalles, perdiendo de vista lo central. Nunca nada será perfecto, y esto les produce ansiedad e insatisfacción.
En niños y adolescentes esto es más grave, porque en muchas áreas están aprendiendo y la posibilidad de equivocarse es enorme. Sin mencionar a aquellos niños que tienen una dificultad específica para aprender, y para los cuales el camino del aprendizaje estará sembrado de muchos errores. Esto les sucede, por ejemplo, a niños que tienen menor habilidad grafomotriz, que con dificultad realizan una página de caligrafía y un adulto se las borra porque en una línea se salieron del margen. A veces los reprenden tan severamente que atemorizan incluso a los testigos adultos.
Fijarse en el esfuerzo y el progreso, y alentar a mejorar, es diferente a centrarse en el error y el castigo. Frente a las dificultades hay que dar esperanza de que el aprendizaje se hará más fácil. Sería "imperfecto" que un adulto sea excesivamente severo con un niño que está aprendiendo y castigarlo por sus imperfecciones.
Recuerde cuando intente educar a su hijo, para que haga las cosas mejor, no caer en el perfeccionismo, ya que los perfeccionistas jamás están satisfechos y tienden a centrarse en un objetivo, olvidando otros importantes. Olvidan jerarquizar y descuidan otras áreas. Y, lo más grave, pierden la capacidad de disfrutar los mil buenos, pero imperfectos, momentos que trae la vida, y por supuesto eso no es lo que queremos para nuestros hijos.
Moore, en su reflexión acerca de la perfección, recuerda un escrito de Oscar Wilde. Él plantea que la perfección es el desarrollo y descubrimiento del genio que hay en uno, y nos estaríamos perfeccionando cuando se vive con la máxima fidelidad a nuestra naturaleza.
Decía el escritor inglés: "Existen tantas perfecciones como personas imperfectas".
Mire a nuestros hijos/as, atienda a sus características, dándole oportunidades de desarrollo en lo que son buenos. Aceptar sus errores, alentándolos a superarse, es ser, como sostiene Winnicott, padres "lo suficientemente buenos". Ni siquiera a los adultos se nos exige "ser perfectos" sino que sólo ser suficientemente buenos. Quizás así educar a sus hijos puede ser una fuente de felicidad, y no de agobio.
Neva Milicic.