lunes, enero 28, 2008

El impacto de las emociones en la salud

Por Neva Milicic Sicóloga
Que hay una estrecha relación entre los estados emocionales y la salud es un conocimiento que está hace tiempo disponible. Pero a veces nos olvidamos de él al momento de interactuar con los niños. El descontrol de quienes están a su cuidado puede provocarles niveles de estrés muy perjudiciales para su salud física y mental. Compartir con ustedes algunos de los conceptos del fallecido científico chileno Francisco Varela, puede ayudar a tomar conciencia de cómo podemos aumentar sin desearlo la vulnerabilidad de los niños a las enfermedades, por ejemplo cuando los asustamos para que se porten bien, y los castigamos en forma excesiva. O quizás estos conceptos pueden entregarnos algunas pistas sobre cómo ayudarlos a subir las defensas cuando están enfermos. El sistema inmunitario, plantea Francisco Varela, al igual que el sistema nervioso, puede recordar, aprender y adaptarse, a un nivel fisiológico. La influencia de las emociones sobre la salud se explican por la compleja interacción entre tres sistemas: la mente, el sistema nervioso y el sistema inmunitario. Sabemos que cuando alguien se encuentra triste en forma severa y mantenida, le bajan las defensas porque se disminuye la producción de los linfocitos o células blancas, y obviamente el efecto contrario también existe. Ciertamente, los estados emocionales no son los únicos factores que explican la enfermedad y la salud, pero sin duda hay evidencia científica suficiente para sostener que ellos juegan un rol en disminuir los riesgos de enfermar y en aumentar la posibilidad de recuperación. Por ello, en lo posible es aconsejable no exponer a los niños a situaciones que les generen emociones negativas de mucha intensidad, y hacer lo posible para que vivan una atmósfera de optimismo y de bienestar emocional. El bienestar de los niños y también el de los adultos depende de pequeñas cosas. La mirada de amor incondicional, la posibilidad de jugar y estar con los que se quiere, de reír un rato, de leer un libro, de cocinar juntos; es decir, de aquellos espacios mágicos que sólo el cariño es capaz de construir.

martes, enero 15, 2008

Aprender a perder

Por Neva Milicic
El tema de esta columna puede resultar curioso para algunas personas, que se preguntarán ¿qué sentido puede tener enseñarle a un niño a perder?, ya que nuestra sociedad es claramente una sociedad que aprecia el éxito por sobre muchos otros valores.Los niños, desde el inicio de la pubertad, hablan de los "winner" –o ganadores en nuestro idioma–, con admiración y algo de envidia, y sienten compasión hacia quien consideran un "loser" o un perdedor. Estos conceptos no son sólo clara muestra de una alteración de valores, en que más que importar lo que se es o se haga, lo que se valora es el ganar, sino que implican una alienación, porque son palabras que son importadas de otra cultura. Otra señal del desmedido afán ganador en nuestra cultura se refleja en la gran cantidad de títulos publicados como textos de autoayuda que se centran en cómo triunfar, en los cuales los lectores esperan encontrar fórmulas mágicas que los conduzcan al éxito. Esta idea de ganar a cualquier precio empieza a arraigarse tan profundamente, que llega a infiltrar un área tan significativa y sensible como son las relaciones interpersonales, de manera tal que ellas corren el riesgo de transformarse en algo competitivo y poco satisfactorio. Así, vemos niños y adultos que llegan a niveles inaceptables de agresión física o verbal sólo porque han perdido un partido de fútbol. O niños o niñas que lloran o se descompensan porque un compañero o compañera se sacó una nota mejor. En los vínculos afectivos, las discusiones no pueden ser planteadas en términos de ganar o perder, porque muchas veces, cuando se gana, paradójicamente se pierde. Un niño o una niña que siempre impone el juego a que se va a jugar, podrá "ganar" en esa decisión, pero sin duda irá perdiendo el afecto de sus compañeros, y, claro, no es de extrañar que después se vaya sintiendo solo porque los demás pierden el interés en jugar con alguien que sólo busca avasalladoramente imponer sus ideas. El cómo se manejan las diferencias se aprende en el contexto familiar, cuando los hijos ven que los padres intentan resolver los desacuerdos pensando no sólo en su propio bienestar, sino en lo que las decisiones importan o significan para los otros. Allí entonces interiorizarán un modelo respetuoso de las necesidades de los otros y aprenderán que ceder no es igual a perder. Porque el amor y los vínculos buscan el bienestar de la persona querida, y no son una competencia por quién ganó ni se trata de una competencia de equipos rivales, sino de ayudarse mutuamente en la construcción de ese maravilloso pero delicado vínculo que son las relaciones amorosas.Hace algún tiempo, un exitoso hombre de negocios, padre de varios niños, al que su mujer había abandonado después de varios años de aparente buena convivencia, se preguntaba ¿qué no hice bien? La respuesta era simple. Pocas veces escuchó cuál era la perspectiva de su pareja ante los problemas y así fue ganando una a una todas las decisiones en la familia, pero fue perdiendo, sin darse cuenta, el afecto de su mujer. Cabe preguntarse ¿ganaba o perdía?Los niños tienen que aprender que las relaciones de amistad y las relaciones amorosas son algo muy delicado que hay que cuidar, porque cuando se dañan no son fáciles de reconstruir. La idea es no abusar ni dejarse abusar; ambos extremos conducen al desamor. El esquema de negociaciones en la familia no puede ser quién se sale con la suya, sino cómo armonizamos nuestras necesidades.

martes, enero 08, 2008

¿Cómo y por qué enseñarles a ser solidarios?

Por Neva Milicic, sicóloga

Todos hemos experimentado el alivio que se siente cuando alguien en una situación difícil, dolorosa o compleja, nos tiende una mano solidaria, sin tener la obligación de hacerlo. Las personas que se acercan en ese momento, independientemente de que puedan ayudarnos objetivamente, quedan registradas en nuestra memoria emocional como personas significativas y sentimos que tenemos con ellos una deuda de gratitud. Ciertamente, el mundo sería más grato de vivir y esencialmente más justo si hubiera más personas solidarias. Y es que ser solidario es opuesto a ser egoísta. Es ser capaz de pensar en los derechos del otro y no sólo en los propios. Para lograr este objetivo, que no es fácil, el niño o la niña tiene que haber vivido en un contexto familiar y escolar en el que haya espacio para pensar en los otros. Es un modelo muy positivo para el desarrollo de la solidaridad oír a sus padres decir, por ejemplo, "voy a ir a hacer las compras para la tía Carmen, que está enferma". Ver en su familia gestos concretos de solidaridad también constituye un buen modelo. La solidaridad ayuda a la convivencia; cuánto mejor es nuestro país, gracias a la benéfica influencia del Padre Hurtado, y de tantos que trabajan por quienes están en una situación de mayor vulnerabilidad. La solidaridad favorece la creación de vínculos de confianza. Hay que enseñar a los niños a que ser solidarios implica ayudar a otro sin tener la obligación de hacerlo. Es un gesto gratuito, no hay un pago por ser solidario, simplemente la satisfacción interna de hacerlo. Es posible que alguien agradezca y es bueno ser agradecido, pero no se es solidario para esperar gratitud.La solidaridad une a los niños; cuando participan con su colegio en la Teletón se produce una unión con los compañeros que participan en la campaña y con los niños que enfrentan alguna discapacidad física. Su ayuda es importante, pero lo más importante es cuánto ellos crecen en el desafío de ser cada día mejores personas. A lo mejor esa semana estudiarán un poco menos, pero, sin duda, aprenderán un valor importante para vivir como es la solidaridad.La solidaridad, como el amor, es discreta, no se viste de superioridad. Todos podemos ser solidarios en algunos momentos y todos en alguna situación vamos a necesitar la solidaridad de los otros; y debemos estar abiertos a recibirla y no rechazarla en señal de un orgullo enfermizo. La solidaridad es un aprendizaje de dar y recibir que enriquecerá la capacidad de convivir.