martes, enero 15, 2008

Aprender a perder

Por Neva Milicic
El tema de esta columna puede resultar curioso para algunas personas, que se preguntarán ¿qué sentido puede tener enseñarle a un niño a perder?, ya que nuestra sociedad es claramente una sociedad que aprecia el éxito por sobre muchos otros valores.Los niños, desde el inicio de la pubertad, hablan de los "winner" –o ganadores en nuestro idioma–, con admiración y algo de envidia, y sienten compasión hacia quien consideran un "loser" o un perdedor. Estos conceptos no son sólo clara muestra de una alteración de valores, en que más que importar lo que se es o se haga, lo que se valora es el ganar, sino que implican una alienación, porque son palabras que son importadas de otra cultura. Otra señal del desmedido afán ganador en nuestra cultura se refleja en la gran cantidad de títulos publicados como textos de autoayuda que se centran en cómo triunfar, en los cuales los lectores esperan encontrar fórmulas mágicas que los conduzcan al éxito. Esta idea de ganar a cualquier precio empieza a arraigarse tan profundamente, que llega a infiltrar un área tan significativa y sensible como son las relaciones interpersonales, de manera tal que ellas corren el riesgo de transformarse en algo competitivo y poco satisfactorio. Así, vemos niños y adultos que llegan a niveles inaceptables de agresión física o verbal sólo porque han perdido un partido de fútbol. O niños o niñas que lloran o se descompensan porque un compañero o compañera se sacó una nota mejor. En los vínculos afectivos, las discusiones no pueden ser planteadas en términos de ganar o perder, porque muchas veces, cuando se gana, paradójicamente se pierde. Un niño o una niña que siempre impone el juego a que se va a jugar, podrá "ganar" en esa decisión, pero sin duda irá perdiendo el afecto de sus compañeros, y, claro, no es de extrañar que después se vaya sintiendo solo porque los demás pierden el interés en jugar con alguien que sólo busca avasalladoramente imponer sus ideas. El cómo se manejan las diferencias se aprende en el contexto familiar, cuando los hijos ven que los padres intentan resolver los desacuerdos pensando no sólo en su propio bienestar, sino en lo que las decisiones importan o significan para los otros. Allí entonces interiorizarán un modelo respetuoso de las necesidades de los otros y aprenderán que ceder no es igual a perder. Porque el amor y los vínculos buscan el bienestar de la persona querida, y no son una competencia por quién ganó ni se trata de una competencia de equipos rivales, sino de ayudarse mutuamente en la construcción de ese maravilloso pero delicado vínculo que son las relaciones amorosas.Hace algún tiempo, un exitoso hombre de negocios, padre de varios niños, al que su mujer había abandonado después de varios años de aparente buena convivencia, se preguntaba ¿qué no hice bien? La respuesta era simple. Pocas veces escuchó cuál era la perspectiva de su pareja ante los problemas y así fue ganando una a una todas las decisiones en la familia, pero fue perdiendo, sin darse cuenta, el afecto de su mujer. Cabe preguntarse ¿ganaba o perdía?Los niños tienen que aprender que las relaciones de amistad y las relaciones amorosas son algo muy delicado que hay que cuidar, porque cuando se dañan no son fáciles de reconstruir. La idea es no abusar ni dejarse abusar; ambos extremos conducen al desamor. El esquema de negociaciones en la familia no puede ser quién se sale con la suya, sino cómo armonizamos nuestras necesidades.