martes, marzo 25, 2008

El analfabetismo emocional en los varones

Por Neva Milicic sicóloga
El analfabetismo emocional es un síndrome que la literatura describe como la incapacidad de comprender y verbalizar las emociones, lo que tiene consecuencias en la formación de la personalidad de los niños y afectará a su convivencia social en el futuro. Antonio, de ocho años, era un niño muy inteligente en el plano abstracto, un as manejando el computador, en el nintendo. Sin embargo, tenía problemas con sus compañeros, estaba tan orgulloso de su capacidad para burlarse de los otros que era incapaz de comprender que sus compañeros lo evitaban por su tendencia a reírse de ellos. Antonio tenía un nivel de lenguaje emocional muy escaso. Le costaba expresar ternura y emociones positivas. Cuando necesitaba atención o cariño, no sabía pedirlo y lo expresaba empujando y transformando su necesidad de afecto en un contacto agresivo o en una burla. No había aprendido a conectarse con los otros sino que a través de la violencia o de bromas. Estas características del alfabetismo emocional, si bien no son exclusivas de los hombres, son más frecuentes en el género masculino por la socialización recibida. Michael Thompson y Adam Kindlon, en su libro "Educando a Caín. Cómo proteger la vida emocional del varón", sostienen que estas diferencias entre hombres y mujeres en su capacidad de expresar emociones se debe a una discapacidad adquirida: el analfabetismo emocional. Esto sucede porque los padres tienden a hablar con sus hijos de "hechos" y con las mujeres de emociones. Esta actitud, en el caso de Antonio, era muy verdadera. El padre era tierno con la niñitas y rígido e inflexible con su único hijo, ya que pensaba que expresar emociones era un signo de debilidad en los hombres. Así, Antonio se acostumbró a aislar sus emociones, disociándolas de los hechos. Las creencias equivocadas acerca de cómo educar a los hijos en lo emocional las pagan caro no sólo el niño, sino que las personas a las que les tocará vivir con él. Ellas deberán tratar con un ser humano que no se conecta, ni con sus sentimientos, ni con el sufrimiento de los otros. Algunas veces, estos niños así socializados logran posiciones de poder, desde los que pueden hacer mucho daño por su desconexión emocional. Hombres y mujeres tienen "derecho a la ternura" como decía Restrepo, un autor colombiano. La verdadera masculinidad debe incluir el ser capaz de conectarse con sus emociones y visibilizar la de los otros. Afortunadamente, la familia de Antonio comprendió a tiempo, y comenzaron a hablar de los hechos, pero ligados a las emociones. El papá pudo expresar, por ejemplo, "me dio mucha pena cuando se enfermó mi amigo" y compartir algunos de sus recuerdos con Antonio, de tal manera que el niño fue interiorizando que las emociones son una parte y quizás la más significativa de cómo se vive la realidad. Antonio fue disminuyendo su agresividad al tomar conciencia de las consecuencias emocionales de sus actos, y comenzó a ser capaz de leer los sentimientos de los demás, transformándose en una mejor persona.

miércoles, marzo 19, 2008

Los castigos severos

Por Neva Milicic psicóloga
Aunque cueste y duela creerlo, existen mayores niveles de maltrato físico y psicológico de los padres hacia los niños de lo que habitualmente se piensa. Un libro publicado en 1980 por Straus, Gelles y Steinmetz, cuyo título traducido al español sería algo así como "A puertas cerradas: La violencia en la familia americana", reporta que cuatro de cada cien niños corren cada año el riesgo de tener daños físicos y psicológicos severos, por las formas de castigo que les infligen sus padres. Se describen daños como hematomas que requieren de intervención quirúrgica, fracturas diversas, lesiones cervicales y daño cerebral ocasionado por los zamarreos o golpes que les aplicaron sus padres, entre muchos otros.
Los padres justifican esta violencia por una creencia que los niños no deben pensar "que puedan salirse con la suya". Utilizan esta forma de ejercer la disciplina basada en un modo violento, semejante al usado para domar a los animales, quizás porque han aprendido en sus familias de origen esa perniciosa forma de castigar.
Los castigos severos son indudablemente una forma de maltrato utilizada por padres autoritarios, a los cuales les falta sensibilidad para entender el sufrimiento infantil o para comprender que un niño que no se porta bien puede tener problemas psicológicos de alguna índole que necesitan ser abordados y que no justifican este maltrato.
Los niños sin problemas emocionales o neurológicos en su mayoría responden bien a la disciplina puesta en forma amorosa y razonada.
Rafael, de siete años, era frecuentemente castigado por su padre, una persona extraordinariamente categórica. A pesar de ser un hombre inteligente, era intransigente, pertenecía al club de aquellos que creen tener siempre la razón. Rafael terminó adoptando por tanto una actitud sumisa frente a su padre, pero desarrolló un comportamiento muy violento con sus compañeros, repitiendo el patrón de su padre.
Entre las consecuencias más graves del castigo físico está el hecho de que el niño, para conservar una relación interna aceptable con sus padres, tiene que inhibir la rabia y de paso otras emociones. Como lo plantea a propósito de un paciente maltratado Alice Miller en su libro "El origen del odio": "Había levantado unos muros tan sólidos alrededor de sus sentimientos, que era imposible establecer una auténtica comunicación con él". Recuerde que el resultado de los castigos no sólo son los efectos inmediatos, sino que su mayor potencial destructivo se encuentra a largo plazo, específicamente en los miedos, en las inhibiciones, en los resentimientos y en el impacto que tendrá la forma en que los niños así tratados educarán.

martes, marzo 18, 2008

¿Cómo y cuánto exigir?

Por Neva Milicic Psicóloga
Todos quisiéramos que los niños aprendieran a hacer las cosas bien y con cuidado, pero a la vez quisiéramos que las hicieran con pasión y con gusto por lo que hacen. La motivación por lo que se hace constituye una de las características de las acciones que tienen el sello de la excelencia.
Entender que para lograr tener éxito en lo que se propone, es necesario además del talento un margen de esfuerzo, es un signo de inteligencia emocional.
Aquellas cosas que las personas realizan con eficiencia no sólo es producto del talento, ni de la suerte sino que también es fruto de la constancia en el esfuerzo. Con dificultad aquellas cosas que se hacen sólo por obligación y por cumplir se caracterizan por ser excelentes.
Dosificar las exigencias no es una tarea fácil. Cuando se proponen y demandan tareas de muy poca envergadura el niño o la niña puede sentirse descalificado, o la tarea puede resultarles muy aburrida y poco desafiante. No constituye entonces una oportunidad real de aprendizaje.
Pero la actitud contraria de una exigencia excesiva, puede tener resultados desastrosos desde el punto de vista de la motivación, disminuir en forma significativa el sentimiento de autoeficacia, y alterar la relación con otros niños por un exceso de competitividad.
Un párrafo de la maravillosa novela de Murakami “Kafka de la orilla” describe en forma magistral los riesgos de las exigencias excesivas a los niños talentosos. “Con niños que tienen talento y justamente porque lo tienen, los adultos que los rodean les van poniendo el listón cada vez más alto. Y suele pasar que esos niños, agobiados por los problemas reales que les plantean, van perdiendo gradualmente el entusiasmo y la alegría lógicas ante la meta superada. Los niños que se encuentran en esos ámbitos pronto acaban encerrándose en sí mismos, escondiendo sus emociones genuinas. Y hace falta mucho tiempo y esfuerzo para lograr abrir de nuevo sus corazones. La mente de los niños es muy maleable y se puede moldear de muchas maneras. Pero una vez que se ha moldeado y endurecido cuesta mucho volver atrás. En la mayoría de los casos es casi imposible”.
Por talentoso que sea un niño, un nivel de exigencia que excede sus capacidades va a bloquear su capacidad de aprendizaje. El niño puede comenzar a experimentar una profunda desazón frente a lo que tienen que aprender y con esto la confianza en sus propias capacidades.
Pablo, un niño que de pequeño tenía bastante talento matemático, sin ser un genio, era entrenado sistemáticamente por sus padres. Aprender más y más. Cada día debía tener un logro, ejercitarlo y mostrarlo. De pronto comenzó a tener evidentes signos de ansiedad, le transpiraban las manos, las aletas de la nariz y decía con mucha frecuencia “esto es muy difícil para mí”, “yo no soy bueno para esto”.
Comenzó a tener dificultades reales para comprender, debido al bloqueo, especialmente cuando el padre, que era un excelente matemático, trataba de enseñarle. Por supuesto no sólo la relación del niño con el aprendizaje se complicó, sino que los vínculos con sus padres comenzaron a estar teñidos de temor y rechazo. El niño trataba de estar cada vez más fuera de su casa, la que vivía como un lugar hostil y exigente. A los niños se les puede exigir y se les debe invitar a cumplir, pero es necesario hacer nuestro mejor esfuerzo para que aprendan con alegría y para que las exigencias se adecúen a sus capacidades. De tal manera que los niños no se vean expuestos al fracaso, porque los adultos hemos cometido la torpeza de poner la vara muy alta.

martes, marzo 11, 2008

El origen de los valores de nuestros hijos

Por Neva Milicic Psicóloga
Tal como plantea Javier Marías en el tercer tomo de su novela “Tu rostro mañana”, nunca se sabe con certeza cuál es el origen de las ideas y convicciones que nos van formando y que explican nuestro carácter. El autor plantea una preocupación central: ¿Cómo hay algunas creencias que calan profundamente en nuestro mundo interno y que actúan como una guía, y que sin siquiera habérselo propuesto, se hacen nuestras?
Algunas de las preguntas que se hace Javier Marías sobre el origen de las creencias, me parece que son pertinentes al momento de cuestionarse cuáles serían las influencias más decisivas que contribuyen a moldear la forma de pensar de nuestros hijos. Provienen: ¿De un bisabuelo, un abuelo, un padre, no necesariamente nuestro? ¿De un maestro lejano al que nunca escuchamos, y que educó al que sí tuvimos? ¿De una madre, de una aya, que la cuidó a ella de niña? ¿De unos libros que no hemos leído y de una época que no vivimos?
Ciertamente que a estas preguntas se podrían agregar una infinidad de interrogantes, que sería útil que los padres se formularan en función de tener al menos una noción aproximada de qué y quiénes influencian la forma en que nuestros hijos piensan y actúan, o que tal vez explican en forma importante lo que “no piensan” y lo” que no hacen” y que quizás sería bueno que hicieran.
Por ejemplo preguntarse ¿Quiénes son sus amigos más cercanos? ¿Qué libros eligen leer? ¿Quiénes son las personas de la familia, que ellos más quieren y admiran? ¿Cómo distribuyen y utilizan su tiempo libre? ¿Qué tipo de películas ven con más frecuencia? ¿Cuáles son los contenidos de sus programas favoritos de TV? ¿Con quiénes chatean?
La respuesta a cualquiera de estas preguntas puede iluminar a los padres y ayudarlos a percibir las influencias que su hijo(a) está recibiendo en los decisivos años de la infancia y la adolescencia. Cabría también preguntarse: ¿Son estas influencias a las que realmente queremos que estén expuestos? ¿Qué carencias podrían tener? ¿Cuáles otras influencias serían positivas para su mejor desarrollo cognitivo y emocional?
Una parte importante de la respuesta sobre cómo están operando las diferentes influencias sobre la mente de nuestros hijos la puede entregar la observación de la conducta de los niños, el análisis de sus temas de conversación, los juguetes que eligen, los compañeros con quienes les gusta estar, los programas que prefieren ver, los lugares que les gustaría visitar, la música que quieren escuchar, los blogs que escriben, los sitios de internet que visitan y los libros que quisieran leer.
Además de esta observación del comportamiento de los hijos, el darse espacios relajados para tener una conversación con ellos(as) sobre su opinión sobre diversos temas y sobre cómo se originaron sus posiciones al respecto, puede dar luces a la familia sobre qué influencias se podrían agregar, así como también da la posibilidad de evaluar si las influencias que están actuando sobre los hijos aportan positiva o negativamente a su desarrollo personal.
Hay que recordar que estas influencias que actúan sobre los niños determinan en forma significativa su visión de mundo. Lo que se piensa y cree en la infancia y en la adolescencia se va consolidando en sistemas de creencias que orientarán su accionar, transformándose en una especie de mapa mental a través del cual irán recorriendo el camino que les tocará vivir.

martes, marzo 04, 2008

La inteligencia emocional y los primeros vínculos

Por Neva Milicic Psicóloga
Ciertamente, en los primeros vínculos emocionales que los niños establecen con sus padres es donde se encuentran los fundamentos de la inteligencia emocional.
Los niños, los adolescentes y los adultos -desde su nacimiento y durante todas las etapas del ciclo vital- tienen la tendencia a generar lazos afectivos, los que pueden variar en su forma, pero no en el fondo, que es la profunda necesidad de sentirse querido y aceptado. La característica y la fuerza de esos lazos según Bowly, el teórico más importante sobre apego, tendrá una importancia significativa tanto en el desarrollo infantil, como en la forma que se establecerán sus relaciones interpersonales en la edad adulta.
La importancia del apego seguro, que es indiscutible desde cualquier perspectiva teórica, radica en que el niño al sentir que sus padres y otras personas significativas, están cerca y disponible, para él o ella, experimenta una sensación de seguridad que le facilita la exploración del medio ambiente y de sí mismo.En sus primeras experiencias con lo que los americanos llaman “los otros significativos”, vale decir todas las personas con las cuales se tienen lazos emocionalmente estables, determina la construcción de los “modelos operativos internos”.
El término de modelos operativos internos, que parece muy difícil, es el que explica la forma en que las personas se relacionan. Los modelos operativos se basan en el constituir modelos o representaciones mentales. Estos modelos que las personas construyen de sí mismo y de las relaciones que tienen con los otros, son de la mayor importancia para el desarrollo de la inteligencia social.
A través de estas representaciones se percibe el mundo real, se interpreta lo que sucede y cómo es su accionar. En ese sentido las representaciones dirigen la forma en que una persona se relaciona con los demás, lo que constituye sin duda una parte significativa de la inteligencia emocional.
Para desarrollar un buen apego con los hijos, que es la base del desarrollo de la inteligencia social y emocional, es necesario:
- Tener la capacidad de leer los estados emocionales de los hijos.
- Estar atento a responder a sus necesidades.
- Ser capaz de satisfacer sus necesidades de ser acogido y amparado, cuando los hijos sienten que necesitan la compañía de los adultos.
-Tener capacidad de establecer con los hijos conversaciones significativas, que favorezcan en ellos el reconocimiento y la expresión de las emociones, ya que los padres son las personas que modelarán la forma en que vivan sus emociones.
- Sintonizarse con los estados emocionales de los niños.
- Respetar su autonomía, para que se sientan libres y seguros en la exploración.
- Ser capaz de entregar consuelo, cuando alguna situación externa afecta en forma negativa.
- Ser capaz de estimular en los niños, la capacidad de establecer relaciones afectivas con otros niños.
Estas son algunas sugerencias que se derivan de cuáles son las características maternales y paternales que promueven en los niños un apego seguro, que es el cimiento para desarrollar una buena inteligencia emocional.