Los castigos severos
Por Neva Milicic psicóloga
Aunque cueste y duela creerlo, existen mayores niveles de maltrato físico y psicológico de los padres hacia los niños de lo que habitualmente se piensa. Un libro publicado en 1980 por Straus, Gelles y Steinmetz, cuyo título traducido al español sería algo así como "A puertas cerradas: La violencia en la familia americana", reporta que cuatro de cada cien niños corren cada año el riesgo de tener daños físicos y psicológicos severos, por las formas de castigo que les infligen sus padres. Se describen daños como hematomas que requieren de intervención quirúrgica, fracturas diversas, lesiones cervicales y daño cerebral ocasionado por los zamarreos o golpes que les aplicaron sus padres, entre muchos otros.
Los padres justifican esta violencia por una creencia que los niños no deben pensar "que puedan salirse con la suya". Utilizan esta forma de ejercer la disciplina basada en un modo violento, semejante al usado para domar a los animales, quizás porque han aprendido en sus familias de origen esa perniciosa forma de castigar.
Los castigos severos son indudablemente una forma de maltrato utilizada por padres autoritarios, a los cuales les falta sensibilidad para entender el sufrimiento infantil o para comprender que un niño que no se porta bien puede tener problemas psicológicos de alguna índole que necesitan ser abordados y que no justifican este maltrato.
Los niños sin problemas emocionales o neurológicos en su mayoría responden bien a la disciplina puesta en forma amorosa y razonada.
Rafael, de siete años, era frecuentemente castigado por su padre, una persona extraordinariamente categórica. A pesar de ser un hombre inteligente, era intransigente, pertenecía al club de aquellos que creen tener siempre la razón. Rafael terminó adoptando por tanto una actitud sumisa frente a su padre, pero desarrolló un comportamiento muy violento con sus compañeros, repitiendo el patrón de su padre.
Entre las consecuencias más graves del castigo físico está el hecho de que el niño, para conservar una relación interna aceptable con sus padres, tiene que inhibir la rabia y de paso otras emociones. Como lo plantea a propósito de un paciente maltratado Alice Miller en su libro "El origen del odio": "Había levantado unos muros tan sólidos alrededor de sus sentimientos, que era imposible establecer una auténtica comunicación con él". Recuerde que el resultado de los castigos no sólo son los efectos inmediatos, sino que su mayor potencial destructivo se encuentra a largo plazo, específicamente en los miedos, en las inhibiciones, en los resentimientos y en el impacto que tendrá la forma en que los niños así tratados educarán.
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