Hipersensibilidad
por Neva Milicic Sicóloga y autora del libro "Cuánto y cómo los quiero"
Ser sensible a las necesidades emocionales de los otros es una característica de personalidad positiva, en la medida que permite empatizar con los sentimientos ajenos y tener una vinculación profunda con las otras personas. Pero la otra cara de la moneda es que, lo que es una virtud, en ocasiones puede transformarse en un problema que crea mucho sufrimiento al niño o adolescente hipersensible, y también a los padres y las demás personas que conviven con él. A los adultos con frecuencia les resulta difícil adaptarse a los estados de ánimo de los niños que presentan hipersensibilidad, ya que muchas veces no encuentran explicación a los cambios bruscos. Es necesario aprender a reaccionar a los cambios emocionales, del niño (pataleta, llantos injustificados, portazos) conteniéndolos sin negarlos, pero sin magnificarlos.
Vivir es un asunto complejo y lleno de matices, como dice Thomas Moore en su libro "Las noches oscuras del alma"; "toda vida humana se compone de luces y sombras, felicidad y tristeza, estímulos negativos y positivos". Y es necesario ser capaz de sintonizarse en todas las frecuencias emocionales.
La forma en que los padres enfrentan ese abanico de estados de ánimo tiene una importancia decisiva: ¿va a ocultarse en el autoengaño o se refugiará en las distracciones destinadas a la evasión? ¿o bien se convertirá en alguien desengañado y deprimido? o ¿quizás tomará la más sabia actitud de aceptar los cambios como un misterio tan natural como el Sol y la Luna, el día y la noche?
Habitualmente, al inicio de la adolescencia, pero en muchos niños antes, se produce una exacerbación de la sensibilidad y pueden vivir temerosos de lo que las personas piensan de ellos, sobrealerta a lo que pueda significar un rechazo y por lo tanto perder la alegría de vivir.
Por ejemplo, Carmen, de 15 años, contaba: "Lo estoy pasando realmente mal, vivo pendiente de lo que los demás piensan o dicen de mí. Si alguien hace un comentario sobre el peinado de alguien, pienso que en el fondo están pensando que soy yo la que estoy mal peinada, y que a lo mejor me veo ridícula".
De alguna manera, las personas hipersensibles están alertas a las señales que puedan cuestionarlas o criticarlas, dándoles una importancia desmesurada a hechos o comentarios que no la tienen. Si alguien no la saluda porque va apurado, la persona hipersensible tenderá a darle la peor interpretación posible, pasándose toda clase de películas al respecto. Muchas veces frente a hechos insignificantes, tienden a sobrerreaccionar y a interpretarlos de manera catastrófica.
De más está decir que las personas hipersensibles no lo pasan bien, ya que pierden mucha libertad emocional, por temor a ser criticadas o rechazadas. Además, gran parte de su energía la gastan en aprensiones y temores sin fundamentos, por lo que suelen estar muy cansados.
Los estados de hipervigilancia lo agotan. La mamá de Rafael, un niño hipersensible, decía "el pobre está siempre agotado, porque no puede controlar su hipersensibilidad; todo lo afecta".
Suele ocurrir, además, que los compañeros o compañeras, al percatarse de que se trata de un niño vulnerable a las bromas y que es hiperactivo a ellas, lo elijan como chivo emisario y se transforme en el favorito para que le hagan humoradas. Esta actitud de sus compañeros confirmará la hipótesis de que lo persiguen. De alguna manera, estos niños o adolescentes tienen la sensación de estar sobreexpuestos.
La mejor forma de ayudarlos es dejar que expresen y liberen sus temores, acogerlos, pero sin sobrefocalizar. Inducirles con palabras serenas a que se calmen, y cuando se hayan calmado ayudarlos a encontrar una interpretación más realista de los hechos que provocan la sobrerreacción.