Las dos caras de la timidez
Por Neva Milicic, psicóloga
Prácticamente todas las personas se definen como tímidas en algún área. Cada vez que en un curso expongo sobre la timidez pregunto cuántas de las personas que están en la sala se autodefinen como tímidas y nunca deja de sorprenderme que la mayoría de ellas levante el brazo. Hay quienes no se atreven a hablar en público, en tanto que otras personas no se arriesgan a defender sus derechos y se dejan pasar a llevar. Antiguamente se atribuía la inhibición a diferencias educativas, en la crianza de los niños, ya sea por sobreprotección o por autoritarismo de los padres o a la falta de oportunidades de contacto social.
Sin embargo, si bien estos factores influyen de alguna manera en la generación o mantención de la timidez, hay también condiciones genéticas que dificultan el desarrollo social. Kagan, un investigador del desarrollo infantil, ha encontrado en veintidós bebés identificados como inhibidos que en ellos la amígdala que está en los dos hemisféricos cerebrales reaccionaba en exceso a la resonancia magnética. La amígdala tiene por función extraer el significado emocional de las señales no verbales, ya sea un cambio de postura, un ceño fruncido o un respingo de nariz, y como no está conectada con los centros de lenguaje procesa la información en forma subliminal, no pudiendo semantizar claramente de donde proviene su miedo.
Es la alta reactividad de la amígdala la que explica que los niños tímidos se asusten en extremo frente a las situaciones novedosas, en tanto que los niños con baja reactividad en estos circuitos neurológicos son más extravertidos y abiertos a los cambios.
Sin embargo la buena noticia es que este mismo autor siguió a los niños tímidos por más de veinte años, descubriendo que ellos podrían sobreponerse a su predisposición genética cuando los padres los alentaban a aprender a compartir con los otros.
En este sentido, dice Kagan, el temperamento puede contribuir a los resultados en la personalidad adulta, pero no los determina en forma absoluta, ya que el sesenta por ciento de los niños tímidos crece saludablemente, superando los miedos.
El niño puede ir aprendiendo a sobreponerse a los miedos, practicando conductas sociales de diversas formas. Cuando son pequeños, es de gran utilidad ayudar a los niños a aprender a responder adecuadamente a las demandas sociales. Por ejemplo, practicar el cómo iniciar una conversación o cómo responder a las preguntas que le hacen las personas que recién conocen, los impulsa a superar los miedos. También a través de la simulación y teatralización de situaciones es posible ir desensibilizándose a los miedos.
Si bien la timidez tiene una base genética clara y como dice Goleman, en su libro "La inteligencia social", la crianza no puede cambiar cada uno de los genes, ni modificar cada tic neurológico, sin embargo lo que los niños experimentan día a día esculpe sus circuitos neurológicos. Por tanto, aquí van algunas sugerencias que pueden ser útiles para ayudar a los niños a superar su timidez.
- Primero, no los etiquete como tímidos, eso sólo agravará el cuadro. Recuerde que sus palabras moldean la percepción que su hijo hace de sí mismo.
- Ayúdelos a enfrentar las situaciones sociales, acompañándolos con serenidad, explicándoles que la primera vez que uno hace algo es normal tener miedo.
- Esté atento a sus progresos y señáleselos efusivamente, describiendo lo que hizo.
- Intente que tenga un amigo cercano, que sea más audaz que él, con el que tenga la posibilidad de juntarse con frecuencia. Hay pocas cosas más segurizantes para un niño tímido que tener "buenos vínculos sociales" y qué mejor para ello que un amigo verdadero.
- Aumente las oportunidades sociales para que el niño vaya desarrollando competencias sociales por modelo y aproximaciones sucesivas.
- Desarrolle la confianza en sus capacidades dándole la mayor autonomía posible.
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