jueves, octubre 25, 2007

¿Cómo estimulamos el aprendizaje de los niños?

Por NEVA MILICIC, sicóloga
Carolina, de 9 años, tiene la sensación de no hacer nada bien, y a pesar de tener mucho temor al fracaso, no hace mucho esfuerzo para superar sus dificultades.
Tiene unos padres buenos, atentos a sus necesidades, pero poco expresivos en sus emociones positivas; ellos han sido más generosos en la crítica que en elogiar sus progresos.
Lo que Carolina percibe es esta especie de austeridad emocional que caracteriza la relación con sus padres: que ellos no valoran lo que hace, que son excesivamente exigentes y que nunca están ni estarán contentos con lo que ella logra hacer.
Una sensación parecida acompaña a muchos adultos que tuvieron una educación semejante a la que está recibiendo Carolina; es decir, sienten que lo que hacen nunca es suficientemente bueno y ello les hace perder la confianza en sus capacidades.Los sentimientos de incompetencia, cuando son irracionales, se originan en muchas ocasiones en una falta de reconocimiento en la infancia, la que muchas veces además va acompañada por un exceso de crítica.
¿Ha observado usted cuántas veces se les dice "no" a los niños y se los critica por lo que hacen o dejan de hacer, en comparación a las veces que se los estimula y valora por lo que hacen?
Educar no es corregir, es alentar, mostrar cariño, reconocer potencialidades y fortalecer a los niños en su seguridad para hacer las cosas bien. Lo que las personas grandes hacen realmente bien es aquello por lo que han sido reconocidos explícitamente en muchas ocasiones.
Así, por ejemplo, esto sucede con alguien del que se ha dicho que es gracioso y cuenta bien chistes, hasta un arquitecto al que le valoran las casas que diseña o con un pintor que recibe reconocimiento por los cuadros que pinta.
Los adultos tienen temor, la mayor parte de las veces infundado, a reconocer los méritos de los niños, lo que se refleja en ese comentario tan del folklore de los padres: "con su deber no más cumple". ¿Se imagina lo gris que podría ser su vida si las personas que lo rodean tuvieran frente a sus esfuerzos una actitud semejante?
Sentir la valoración por lo hecho produce una sensación "calentita" que se origina en el sentimiento de sentirse bien consigo mismo.
En varias ocasiones he insistido en la necesidad de dar un reconocimiento, lo más explícito posible, de los logros y avances de los niños y las niñas. Esta insistencia, que puede incluso parecer majadera, se basa en la observación reiterada, que es una carencia que se da con mucha frecuencia en los contextos escolares y familiares.
Recuerde que una actitud de esta naturaleza afecta negativamente las relaciones familiares, además de su impacto negativo en la formación de la imagen personal en los niños. La capacidad de hacer esfuerzo en las personas y los niños no son una excepción, se aumenta enormemente por dos variables, el éxito obtenido y el reconocimiento recibido por lo hecho.
No se trata de inventar logros, sino de tener la inteligencia emocional de reconocer lo que sus hijos e hijas hacen bien o en aquello en que están progresando, ya que este reconocimiento es uno de los mayores estímulos que usted puede dar a su crecimiento personal, para la confianza en sí mismo, y además un estímulo poderoso para aumentar su interés por aprender.
Neva Milicic.

miércoles, octubre 17, 2007

Educar a los niños para un mundo cambiante

Por Neva Milicic, sicóloga
A veces, los padres nos olvidamos de que los niños deberán vivir en un mundo que no es el nuestro e intentamos, a cualquier costo, adaptarlos a nuestra peculiar visión. Pero el mundo en que ellos vivirán es poco predecible para sus padres.
Los niños y adolescentes de hoy deberán reconstruir su proyecto de futuro, asimilando las realidades que les tocará enfrentar. Les corresponderá hacer una reconstrucción personal de lo vivido, en que guardarán lo mejor de su pasado y necesitarán asimilar los cambios que les permitirán vivir en el mundo en que estarán.
En la medida en que es difícil predecir el lugar en que estarán, se requiere ayudarlos a estar abiertos a los cambios, a las nuevas tecnologías y a los nuevos escenarios.
El desarrollo del niño está influido por los cambios culturales; los padres deben ir incorporando estos cambios para ayudarlo a insertarse. Por ejemplo, si en una familia se permite que los niños accedan en forma controlada al computador, le facilitan su adaptación a una tecnología que cada día tiene un lugar más preponderante en la sala de clases.
Si bien será necesario mantener algunas viejas tradiciones, como jugar al luche y saltar el cordel, es aconsejable posibilitar el acceso de los niños al computador y a los videojuegos, que son formas en que los niños interactúan en esta generación; no permitirlo será un factor limitante para su desarrollo educativo, teniendo las precauciones para que no constituyan una adicción que limite otros aspectos de su desarrollo social.
Está claro que muchos de estos juegos son un real desastre desde el punto de vista del contenido, pero ello obliga a los padres a elegir aquéllos que permitan un efecto educativo positivo. Podemos acompañar a los niños en la aventura de aprender por ese medio. Será un espacio en que el niño siente que puede enseñarnos, y de paso será una manera de flexibilizar nuestras mentes incorporando nuevos aprendizajes.
Si las estructuras escolares estuvieran más abiertas al cambio, los colegios no serían percibidos por los niños y las niñas como tan aburridos y poco motivantes. Sucede quizás lo que planteaba Mc Luhan al decir que a veces conducimos un coche a 200 Km/h, mirando por el espejo retrovisor en vez del parabrisas. Hay que estar alerta a los cambios para así ir preparando mejor a los niños para el futuro.

jueves, octubre 11, 2007

perfeccionismo

Por Paula Serrano, sicóloga
El mal moderno contra la felicidad es el control y su primera derivada, el perfeccionismo.
Las nostalgias campesinas y los sueños de un pasado mejor están marcados por esa vida simple, donde la naturaleza y sus cambios impredecibles hacían que los hombres y mujeres supieran, en la experiencia corporal, que la madre tierra tenía en sus manos respuestas que a los seres humanos les estaban vedadas. También eran emprendedores, como lo son muchos hoy. Pero ante las catástrofes, pequeñas y grandes, había una sabiduría que hoy llamamos a veces resignación. La sabiduría que nace de saber que mucho de lo que pasa no depende de nosotros.
En el Nuevo Testamento está la más linda parábola de Jesucristo, la parábola 'De los talentos', que nos recuerda que Dios nos da algunos dones de los que somos responsables. Tenemos que multiplicarlos, perfeccionarlos, y dar cuenta de ellos al final de la vida. Lo curioso de esta exigente parábola es que tiene implícito el concepto de que hay talentos que no nos fueron asignados, y que son nuestras limitaciones.
¿Cómo vivir y surgir en el mundo veloz y competitivo y seguir manteniendo la sabiduría campesina y la responsabilidad junto a la humildad que nos enseña la parábola de los talentos? No se puede, pero al menos cuando estamos en crisis y nuestro perfeccionismo desatado nos carga de recriminaciones y de culpas, porque la vida no está saliendo como debió ser, recordar estos conceptos ayuda.La alternativa es aterradora, es pura pérdida, pura infelicidad. Ser emprendedor es sacar el máximo provecho de las posibilidades, no matarse para ser quienes no somos. Ser una supermadre no es lo que la profesora del curso quiere que seamos, ser un superpadre no es hacer lo que la psicóloga de nuestros hijo pide, ser un gran ejecutivo no es matarse para ser como espera el jefe.
En pocas palabras, ser feliz no es otra cosa que ser agradecido y gozar lo que la vida nos dio.
La flojera, la falta de empeño por un lado, las ganas de superarse, la satisfacción de alcanzar el éxito, la tranquilidad de ganar bien y trabajar mucho para conseguirlo por otro lado, son aspectos presentes en nuestros balances de la propia vida. Necesarios, buenos, anticipaciones del juicio final. Pero no es verdad que es flojo quien elige una vida sencilla, no es verdad que es emprendedor quien sólo quiere probarle al mundo que es capaz. Una vez más, la libertad es lo que marca la diferencia entre el control y el perfeccionismo que nos esclavizan, y el verdadero espíritu de superación.

La violencia escolar

Por NEVA MILICIC, sicóloga
Cuando se vive en un mundo tan violento como el actual, no es extraño que la violencia haya llegado al contexto escolar. Las cifras de la violencia son preocupantes: un 15% de los niños relata haber sido acosado y un 60% describe haber estado involucrado, alguna vez, en un episodio violento.
La violencia produce siempre sufrimiento en los niños. Una de las formas que más daña a los niños es la violencia que proviene de sus compañeros. Esta forma de violencia, que se ha llamado hostigamiento, acoso escolar o matonaje, deja secuelas emocionales en todos los que están involucrados en ella, ya sea como víctima, como victimario o como testigo.
Los niños pasan una gran cantidad de horas en el colegio, y el que lo vivan como un lugar amenazante debería constituir una preocupación no sólo para el colegio, sino que especialmente para la familia. Es más probable que si los padres están atentos, el niño o la niña se atreva a hablar de lo que le sucede en el contexto familiar. Habitualmente los victimarios presionan a sus víctimas a que guarden silencio a través de amenazas de todo tipo. Cuando un niño es victimizado se siente desprotegido y vulnerable; un sufrimiento que sin duda dejará una cicatriz en su personalidad y un sentimiento de no ser valioso que puede acompañarlo por mucho tiempo, si no recibe ayuda.
El acoso es diferente a las peleas normales que se dan entre los niños. Es una relación abusiva en que uno de ellos tiene más poder que el otro, ya sea física o psicológicamente .
Una de las formas que asume la violencia escolar es la exclusión. Sentirse excluido es 'pertenecer al grupo de los rechazados' y con mucha frecuencia ser sujeto de burlas y humillaciones por otros compañeros. La exclusión genera en los niños que la sufren consecuencias impredecibles, que en ocasiones conducen a conductas fóbicas o de ansiedad crónica.
En nuestro país una de las formas frecuentes del acoso escolar es el cyber–bullying, en que los niños(as) a partir de los 10 a 11 años comienzan a agredirse a través de los correos electrónicos, el chat o del fotolog. De alguna manera, los acosadores, que se sienten protegidos por el anonimato, pueden ser extremadamente crueles en las cosas que escriben o en las fotos que ponen. Transformar fotos, insultar, inventar historias son las formas más conocidas, en un escenario en que la víctima no puede defenderse. Aunque la mayoría de las veces el agresor es descubierto, el daño a la víctima ya está hecho. El área más afectada es la autoestima, ya que es una humillación que deja sin defensa y cuyos efectos son impredecibles.
Los niños y las niñas, la mayoría de las veces, no denuncian el hostigamiento del que son víctimas. No lo hacen porque están amenazados y creen que si denuncian la situación va a empeorar. No tienen esperanzas y empiezan a retraerse y en ocasiones dejan de ir al colegio.
Los niños acosados no les cuentan a sus padres, a veces porque han sido amenazados y en otras ocasiones porque están muy avergonzados para hacerlo o porque no encuentran el espacio apropiado para comunicarlo.
La tarea de los padres es estar alerta a las señales que dan los niños para protegerlos, y si sus hijos les refieren alguna situación abusiva, es muy perjudicial minimizarla y es necesario buscar ayuda especializada.
La misma actitud de buscar ayuda debe tenerse cuando usted cree o tiene evidencia de que su hijo está agrediendo a otro. Tanto las víctimas como los agresores necesitan ayuda para evitar el sufrimiento que ello implica y las consecuencias posteriores que pueden dejar en la personalidad de los niños. El circuito del maltrato debe ser detenido lo antes posible.

martes, octubre 02, 2007

El monólogo interno negativo

Por NEVA MILICIC, sicóloga
Un monólogo interno negativo es un espacio de conversación muy frecuente de relación consigo mismo, en niños y adultos. Son autoafirmaciones negativas que constituyen un espacio mental que resulta tóxico para el crecimiento emocional y también para el sentido de la autoeficacia.
Cuando usted dice 'jamás voy a terminar de ordenar el clóset', o 'nunca voy a ser capaz de terminar con mis deudas' o 'no puedo dejar de gritar a mis hijos', usted se autoconvence que esto va a suceder. Las reacciones depresivas tienden a intensificar los monólogos negativos; se termina por sentir una actitud negativa contra sí mismo.
Daniel Brown, que es profesor de la facultad de medicina de Harvard y autor de numerosas publicaciones, trabaja enseñando a las personas a meditar. Relata que en sus primeras experiencias de meditación, a la mayoría de las personas les surge una intensa rabia u odio contra sí mismas. ¿De dónde proviene este monólogo negativo? Brown responde que este diálogo interno se forma en la tierna infancia de las conversaciones con los padres y da un ejemplo que me parece clarificador.
Una madre que está enojada le dice a su hija 'eres una niña mala', cuando realmente quiere decir 'no me gusta lo que estás haciendo'. El mensaje 'soy mala' permanecerá, dice Brown, aún cuando la niña haya crecido y olvidado la razón por la que le dijeron que era mala.
Los niños con monólogos negativos sienten una enorme impotencia frente a la realidad, se sienten poco capaces de cambiar y se rinden con facilidad frente a los obstáculos.
Cuando comienzan a tener una iniciativa, a la primera dificultad surgen las verbalizaciones que los atrapan en un círculo paralizador: 'Esto es muy difícil para mí, no lo voy a lograr', y allí se paralizan, abandonando los esfuerzos por salir adelante. Se entrampan en sus dificultades, enredados en el tejido mental que constituye su monólogo negativo.
Que los niños construyan conversaciones positivas consigo mismos para que tengan la sabiduría de confiar en sus recursos internos, requiere de una atención vigilante sobre nuestro lenguaje hacia ellos. Ser capaces de atender a las claves sutiles de lo que decimos a los hijos es el mejor aliado para analizar qué suministro constituye nuestro lenguaje para su mundo interno.
Haga un ejercicio: escriba algunas de las frases que diga a su hijo o hija, durante una semana.Lea atentamente y evalúe si están transmitiendo lo que quiere transmitir. No se desanime, ni caiga en una autoevaluación negativa, como padre o madre. Usted, no cabe duda, los quiere mucho y hace muchas cosas positivas por ellos. Tome esas frases y cámbieles la dirección de contenido, escribiéndolas en positivo; verá que no es fácil, pero que tampoco es imposible.
Se trata de mirarlos con ternura, focalizarse en sus puntos fuertes y alentarlos a cambiar en lo que no está bien. Si necesita decir que algo no está bien, busque en el camino para decirlo en positivo.
No diga 'eres pésimo para las matemáticas', sino 'vamos a buscar un camino para que puedas aprender a dividir y estoy segura que lo lograrás'.Dejar como herencia un monólogo positivo es sin duda una buena herencia, y para ello se necesita que usted entregue mensajes que incluyan mucha retroalimentación positiva.

Curiosidad

Por PAULA SERRANO, sicóloga
Desde niños nos entrenaron para dar respuestas correctas, para tener razón. Estudiar es aprender las respuestas correctas a preguntas ajenas. Las del profesor, las de la guía para la prueba. Esta manera de funcionar nos persigue y se traslada a nuestras relaciones personales. No aprendemos a preguntar, y si lo hacemos es para obtener respuesta, no para empezar recién un libro abierto que podría ser una conversación. A veces preguntamos lo que sabemos, o conocemos con cierta propiedad, porque al hacerlo podemos revelar nuestra ignorancia.
La educación moderna ha incorporado la investigación como herramienta, desde que se hizo cargo de la necesidad de desarrollar la curiosidad como condición del aprendizaje. En la vida cotidiana, las personas compiten por tener razón. Las peleas de pareja se reducen muchas veces en dirimir quién tiene, tuvo o tendrá razón. Sería un acto de vulnerabilidad decirle al otro: "No sé, no sabía, explícame, enséñame". O más aun, "¿Por qué es así y no de otra manera?". La forma de relación habitual es convencer al otro de mi verdad. El problema es que tener razón no hace las relaciones más profundas, ni más entretenidas. Con frecuencia las parejas se sorprenden de ver al otro frente a terceros, desarrollando ideas que nunca fueron expresadas entre ellos. ¿Por qué? Bueno, porque se dan discursos y eso aburre. Entonces conversar es como oír versiones distintas de una canción que no siempre gusta. Y viene el inevitable "Yo tenía razón", cuando ella se estrella contra un poste porque no sacó el freno de mano ANTES de encender el motor, asunto que él lleva años diciéndole; o cuando él es rechazado por un hijo que se siente presionado, asunto que ella también le advirtió.
Si no se siente curiosidad por el otro, no hay diálogo posible. No está de moda la curiosidad. Porque hay que pararse con humildad para ser curioso y eso nos resulta peligroso. Porque entre los "losers" y los "winners" como se llaman ahora, la gran diferencia es que unos saben y explican lo que saben y los otros no saben y tienen que aprender. Seamos optimistas. En el mundo político y empresarial, el liderazgo cada vez es más asociado con escuchar. Ya llegará, por chorreo, a las familias y a las relaciones de amistad.
Mientras tanto, ensayemos un poco.