Ilusión y felicidad
Por Neva Milicic Sicóloga
Las cosas que hacen felices a los niños son más simples de lo que imaginamos, y sólo se necesita contactarse con ellos para saberlo. Kahneman, un sicólogo que ganó un premio Nobel de Economía, ha estudiado el fenómeno de la envidia, a la que ha llamado la "banda sin fin hedónica", en una metáfora que trata de mostrar cómo el correr por las grandes riquezas tiene poca correlación con la felicidad.
Así, cuando se tiene algo, aumentan las expectativas y se quiere tener otra cosa y después otra, en una banda sin fin, que no deja tiempo para disfrutar la felicidad que dan las cosas simples. Kahneman recomendaba que cada cual debía hacer una lista con las personas que en nuestra vida nos dan más felicidad y desde allí optimizar el tiempo que se pasa con ellos, entendiendo que una vida de mejor calidad se basa en relaciones mutuamente más satisfactorias.
Como plantea Daniel Goleman, el autor de La Inteligencia Emocional, optimicemos nuestro tiempo intentando pasar el mayor tiempo de modo satisfactorio. Y agrega: hasta el punto que nuestro calendario y bolsillo lo permitan.
Sin duda, la mayor felicidad de los niños está en pasar la mayor parte de su tiempo con las personas que más quieren, sus padres, sus amigos, su familia más directa. Esos son los lugares en el que deberían sentirse más libres, más seguros, queridos y valorizados.
Son esos días de felicidad en que a lo mejor nada extraordinario sucede, sino que el niño se siente en paz consigo mismo y con los otros, en que los padres se relajan para simplemente disfrutar, estar y jugar con sus hijos.
Esta observación llevó a decir a Kahneman: "El rico puede tener más placeres que el pobre", pero también requiere más placeres para alcanzar la misma satisfacción.
Las ilusiones de los niños son un elemento que da cuenta muy certera de qué es lo que les produce felicidad. Cuando un niño dice que le gustaría ir a la plaza con un balde y hacer un castillo, está expresando más claramente aquello que le da felicidad y que además cuesta tan poco dárselo.
Engañar a un niño ilusionándolo con algo que no se le podrá dar puede constituir un gran desengaño y destruir su felicidad y la confianza en sus padres. Hay que, de algún modo, favorecer el desarrollo de ilusiones, que tengan posibilidad de cumplirse y de ser satisfechas. Es necesario enseñarles a ilusionarse con lo posible.
Cuando un niño se siente defraudado por un adulto, no es sólo esa ilusión la que se rompe, sino su confianza en los adultos, y además de alguna forma se siembran dudas en su capacidad de conseguir que sus sueños se hagan realidad.
En cosas tan simples, como cuando usted les promete pasarlos a buscar para ir al cine a las seis y a último momento un inconveniente de última hora se lo impide, hay que ser muy cuidadoso en recuperar la fe en usted por una ilusión que se ha roto.
Cuando se ha dado la palabra al niño, él debe poder confiar en ella, como usted confía en el más importante de los documentos. En lo posible, es necesario mantener siempre las promesas para que el niño o la niña conserven su capacidad de ilusionarse y de tener fe en usted.
Los sueños y las ilusiones ponen a los niños y a los adolescentes en el camino de lo que realmente quieren ser y a dónde realmente les gustaría estar. Tienen que tener confianza en su capacidad para lograrlo, y esto se logra cuando se sienten apoyados por sus padres, durante la infancia y en la adolescencia, en esta tarea sin fin que es construir lo que se sueña.
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